Los atardeceres
El dibujo de su espalda era una curva mortal. Irresistible,
deliciosa e invitante. La mera imagen de
esta me provocaba mil emociones. Siempre en dualidad. Siempre terminaba
viéndola dos veces en el día. La primera vez las ansias me comen, la emoción me
domina y mi cuerpo toma control de mí. La segunda siempre es trágica. Siempre
veo su espalda dibujada por la luz del atardecer. Esa luz que a veces es roja,
a veces rosa y a veces amarilla delinea esa perfecta curva de su cadera dándome
la espalda. Pero es trágica, por que sé
que el atardecer es aquello que me quita la luz de su sol. Es la marca de su
salida de mi día. Es lo que marca mi noche y mi soledad. El atardecer me hace
recordar que tiene un lugar a donde y con quien dormir.
Camino siempre tras ella para acompañarla a su coche. La
puerta esta caída del lado del conductor por lo que tengo que abrírsela a la fuerza.
Noto siempre su mirada vigilante y paranoica al salir de mi departamento y la
acompaño al coche. Todo aquel que mira
sobre su hombro tiene una deuda que pagar.
Hoy recorro de regreso mis escaleras, de regreso a mi
departamento, y me viene a la mente la
imagen de esta noche. Hoy no volteo. Hoy simplemente me abrazó y me dio un beso
a la vista del público. Me emociono como
niño pequeño, pues pienso que finalmente estoy penetrando su fortificación,
finalmente comienza a enamorarse al punto de no vigilar las miradas ajenas. A
mitad de la escalera me dan ganas de celebrar.
Definitivamente es tiempo de celebrar. Hay un bar en la
esquina. Caminando hacia allá, por primera vez veo este lúgubre camino hacia el
bar como algo maravilloso. Veo el letrero de neón de una casa de citas y
aprecio su belleza, veo el faro verde que nunca esta encendido con una vida
infinita dentro de él y millones de historias para contar. Me maravillo de la
luz de la calle que ilumina a un tipo recargado y llorando junto a él. Siempre
hay alguien así en la esquina afuera de un bar.
Entro a mi bar favorito y pienso en todos los maravillosos
momentos que he tenido con ella. Como hacemos el amor desenfrenadamente con las
ganas de quien tiene poco tiempo para vivir. Como toco su piel como el artista
que quiere sentir la pintura en su lienzo blanco antes de siquiera comenzar a
pintar.
Después de unas cuantas copas decido regresar a mi casa a
oler las sabanas que acaba de dejar aquella que se lleva mi vida en los
atardeceres. Al salir, el tipo llorando en la esquina a mi entrada sigue ahí.
Me parece familiar, pero no lo suficiente como para que finja que lo conozco y
lanzarle un leve guiño de saludo. Puedo ver un dolor inmenso en sus ojos
húmedos pero, como todo ser humano moderno, le doy la espada al dolor ajeno.
Al dar esta vuelta al dolor ajeno, un profundo dolor viene a
mi cuerpo. Un intensísimo dolor que entra por mi espalda y estoy seguro que
atraviesa mi corazón. Es él. No lo reconocí sino hasta que me causo un dolor
similar al que yo le cause al estar con ella. Atravesó mi corazón por la
espalda con un frio filo que agota mi vida por litro de sangre perdida. Siento
como entra su venganza por mi espalda tres veces más en un callejo oscuro y
falla el poste de luz de la calle, o mis ojos se cierran, no lo sé. Mientras
derramo mi vida en la calle escucho un susurro sepulcral… “Ahora recupero mis
atardeceres”… Después no oigo nada más.
It is what it is...