Y comienzo mi rutinaria faena de despertarme esta mañana
para encontrarme con un whatsapp de “la pingüina”, mítico personaje que se
cuela de repente en mi vida. En este whatsapp me revelaba la historia de un brevísimo
romance que pretendía tener la susodicha. Aparentemente un tío bastante
atractivo para ella en personalidad y físico estaba rondando sus huesitos. La
mencionada fémina estaba altamente emocionada por el encuentro con el galán en
cuestión. Una vez ahí con él de cerca su infatuación rápidamente fue
disminuyendo hasta el punto de l declaración “va a ser mi amiguito”. Entre otras cosas, porque estaba demasiado
musculoso.
En alguna otra ocasión tuve una seria platica sobre parejas
con otra adorable y atractiva amiga mía de apodo “La ojos”. En esta
conversación tocamos el tema de las expectativas de ella. Debido a que ella
practica cierta religión fuera del estándar mexicano de la cruz y los santos,
su expectativa es que un hombre bueno para ella sería aquél que estuviera
infiltrado en su religión o dogma. La razones eran bien lógicas, desde que la comprensión
del otro sería mucho más amplia, hasta el hecho que la dicha religión no admite
vicios. Y van 5 años en la práctica de
esta filosofía y nomás no veo claro.
Claramente hay una
cultura muy esparcida, especialmente entre las mujeres, de que el hombre al que
van a amar debe tener ciertas características y ciertas aptitudes que converjan
con las de ellas. Recordando a la chica de la cita de hace unos días, recuerdo específicamente
una frase particularmente hilarante. Dijo: “Tu obligación como caballero es
mantener a tu mujer y dejar que su dinero sea suyo”. Necesariamente tuve que
salir de ahí.